martes, 15 de enero de 2008

Primeras impresiones sobre el psico



A continuación transcribo parte de mi diario escrito en Bolivia, sobre las impresiones de nuestra primera visita al psico...

El tata es un lugar alegre, colorido, lleno de bebés tiernos y voluntarios por todas partes, y el psico es un centro enorme, desangelado, plagado de malos olores y con unos pocos niños-o no tan niños- que comen, vagabundean, o simplemente permanecen sentados mirando al infinito, realizando movimientos reflejos y emitiendo sonidos espasmódicos.
Entras en las habitaciones de los enfermos de parálisis, y apenas te perciben, aparentemente, pero en cuanto te acercas extienden el brazo para agarrarte: quieren cariño, atención. Se aburren, y quién sabe qué pensarán todo el día allí sentados; se aferran a tí para evitar que les abandones: alcanzan tu mano, o tu pantalón, o incluso tu pelo. (...) No te agarran como locos desesperados, sino que nos abordan con una timidez significativa. Es sólo tras un saludo, una caricia, cuando se atreven a demandar el afecto de nosotros, desconocidos, conscientes de que probablemente no volvamos.
Lo más duro es, sin duda, salir de allí: yo realizo toda la visita a la zona de adultos con un chico joven, de mi edad, que me rodea los hombros con su único brazo. Me mira y sonríe, pero no articula palabra. Al lado de mi cara siento su pelo duro, sucio, y el olor que allí he descubierto pero que luego constataré que se reproduce en todo Sucre. Me siento mal allí en el psico con mi queja interior acerca del olor de unas personas y lugares que tienen mucho más acerca de lo que quejarse. Me siento por primera vez, a raíz de ese olor, ajena a todo aquello. Y no me preocupa mi propio sentimiento, sino el hecho de que los demás puedan percibirme de la misma manera: extraña, temporal, insignificante, hipócrita. Me siento poco coherente aquí en Sucre (...).
No quiero que me perciban así: yo a ellos no les extraño, y de hecho los admiro. Son niños, como todos los del mundo, con menos comodidades, y sobre todo mucha menos atención de la que estamos acostumbrados, nosotros los voluntarios, que se les dedique. Yo me siento persona, igual que ellos; privilegiada, eso está claro, pero expuesta a su mismo sufrimiento. No me comparo-eso sería absurdo, puede obviarse-, sino más bien me vinculo a ellos: igual de mundana, riendo antes las mismas ocurrencias, y teniendo que lamentar (yo desde la distancia, no sé si por suerte o por desgracia) las mismas miserias.
Es el evidente desajuste entre yo y ellos lo que me hace sentirme ajena. El pensar que este mes constituye apenas un minúsculo paréntesis en mi vida no me abandona. Quisiera dejar de ser extraña sin abandonar lo que ya tengo, pero eso es imposible. Es este contraste tan brutal como inevitable lo que hace que no deje de sentirme impotente cuando paseo por las calles (...).

1 comentarios:

Marta dijo...

Cada día que leo algo tuyo me sorprendo más, me encanta la manera que tienes de escribir.
Describes muy bien la primera impresión en el psico, a mi me costó mucho el primer año que estuve allí, de hecho no quise volver por el mal rato que pasé viendo todo aquello, fué muy duro para mi. Este año sin embargo gracias a ti y algunos otros voluntarios me habeis hecho abrir los ojos y darme cuenta la falta que les hacemos, y los felices que son cuando vamos a visitarlos. Espero que este año consiga ser mas fuerte y tener mas tiempo para estar con ellos, porque el poco tiempo que pude pasar con ellos fué precioso.