jueves, 13 de diciembre de 2007

Experiencia de Paula Zoido con su alumno, Pánfilo.



Aquí lo tienen: Pánfilo, mi "alumno" de apoyo escolar en el hogar Virgen de la Yedra. Pánfilo tiene 11 años y guapo y esbelto, y permanece y callado la mayor parte del tiempo. No tiene una sonrisa tan fácil como los otros niños, de la misma manera que tampoco llora o se enfada con frecuencia. Parece hermético en un principio, pero luego uno se da cuenta de que en realidad lo que le sucede es que es muy maduro. Pánfilo tiene dotes de líder y ganas de aprender y de comerse el mundo, pero sin darse cuenta sus aspiraciones quedan frustradas en la Yedra, a pesar de que son unos niños privilegiados comparados, incluso, con los que sí tienen familia: comen tres veces al día, van al colegio, reciben regalos, van al dentista o al médico cuando lo necesitan, viven con unas condiciones de higiene envidiables en su país, e incluso saben lo que es, y como se utiliza, una "computadora". Pánfilo sólo llora una vez durante mi mes allí: cuando discuto con él acerca de la forma de resolver una ecuación, y tiene que admitir que está equivocado. Desde ese día, no quiere ir al recreo cuando toca la campana, sino que prefiere quedarse más tiempo haciendo dictados o resolviendo operaciones más difíciles, hasta que todo está perfecto. Quiere ser abogado, y tiene un sentido del humor prodigioso. A Jose Luis, de 37 años, le recuerda que "hay que ser hombres" cuando un día éste no quiere admitir que ha perdido en un juego competitivo. Es capaz de admitir en ese mismo juego que nuestro puesto en la clasificación descienda en picado tras la primera media hora ganando, y celebra igualmente los triunfos, sin perder el ánimo y las ganas, a las alturas de juego en la que muchos niños ya se han retirado enfadados, llorando y pataleando al ver que perdían. A Pánfilo se le ilumina la cara un día al verme aparecer por el comedor a una hora en la que normalmente yo ya me había marchado, me sonríe con la boca abierta y a mi se me hincha el corazón. La última comida allí es un festín de gala que nos preparan las monjas, y en mi mesa se sienta Pánfilo junto con Cristian, el peque mimado del hogar, un desastre comiendo. Yo no doy crédito al espectáculo que presencio cuando veo a Pánfilo cuidar de Cristian como si fuera un padre: sabe cómo reñirle, cómo bromear con él lo justo para que no se enfade, conoce sus límites y sus puntos débiles, y es capaz de hacerle salir de una rabieta después de que yo me haya dedicado 10 minutos a intentar en vano que no tire toda la comida al suelo. Mi despedida con Pánfilo es emotiva, al menos para mí. Pánfilo en realidad no suele demostrar un afecto excesivo por los demás, y de hecho es el líder del crimen organizado en el hogar (en mi opinión, una salida más a las frustraciones de su madurez temprana, de su intelecto desaprovechado), pero me mira con ojos atentos y parece comprender y valorar mis últimas palabras cuando le motivo a seguir siendo tan responsable y trabajador para llegar tan lejos como él quiera. No sé si alguien le ha reconocido alguna vez sus destellos de genialidad, su constancia y su talante sereno y animoso, pero nada me haría más feliz el día de mañana que regresar a Sucre y encontrarme a esta personita hecha un hombre hecho y derecho trabajando como el abogado exitoso que ahora quiere ser.









3 comentarios:

Anónimo dijo...

Impresionante Paula, se nota que tus palabras han salido directamente de tu corazón. Tu descripción me ha parecido muy acertada y la forma de contarla aún más.

Marta dijo...

Yo me emocioné cuando lo leí... es precioso.

Marta dijo...

Que quede claro que Jose Luis tiene 37 años jajajaja